10 febrero 2010

¿La belleza nos cambia la vida?

“La belleza no mira, sólo es mirada” (Albert Einstein)
La estética representa los valores más elevados de nuestro mundo. Así, por excelencia, lo hace con la belleza, vinculada esencialmente al arte. Nos orienta, también, en lo feo y en lo sublime, elevando nuestras almas. En nuestros contextos cotidianos, en cambio, el sentido estético lo vinculamos a criterios “cosméticos”, de estatus y proyección social; a lo sumo, de elegancia personal. Seguimos asociando valores a nuestra estética, aunque ahora analizados por las grandes empresas de marketing. Así nos va la cosa.
Consultemos a Plotino, para quien la belleza se encuentra sobre todo en la vista y también en el oído, por la composición de las palabras, y en la música, porque hay cantos y melodías que son bellos. Y si uno se remonta más allá de los sentidos, encontrará actividades, acciones, gestos, hábitos y saberes bellos, así como la belleza que emana de las virtudes. Para Kant, no hay ciencia sino crítica de lo bello, depende del sentimiento del sujeto y de los criterios comunes, a los que hoy llamamos “moda”, la gran reguladora de elecciones.
Lo bello anda sometido al que ve. El que ve es uno mismo y, a la vez, se sabe visto por los demás. El criterio va a ser distinto según donde se ponga la atención. Si unos pantalones diseñados para mostrar el trasero se ponen de moda, muchas personas se los pondrán, aunque los pantalones y su trasero sean de lo más antiestéticos. Se supone así que el que se mira y es mirado no se rige por un valor estético, sino mediático. Entonces, cabe preguntarse si elegimos según nuestro sentido estético, que personaliza, o seguimos los criterios homogéneos que “están de moda”, que vulgariza, por muy bonitos que sean. ¿Queremos ser nosotros o queremos ser como los otros?
Demasiado culto al cuerpo
“La belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora” (José Ortega y Gasset)
Persiste en nuestra sociedad el mito de la perfección a base de cincelar la parte externa de nuestra identidad. Algo que ha existido siempre se ha convertido en el vellocino de oro de la posmodernidad, a la vez que una ilusoria fantasía de eternidad: siempre jóvenes, guapos, imperecederos. Sin embargo, debemos observar, como dijo Montaigne, que el alma en sus pasiones se engaña a sí misma erigiéndose un objeto falso y fantástico. ¿Una falsa belleza tal vez?
Nuestros sabios han expresado que lo que produce belleza es la proporción de las partes entre ellas y el conjunto, junto con las coloraciones que se le añadan. La belleza entonces se basa en la proporción y las medidas ajustadas, o sea, que el conjunto es el que hace brillar a las partes y no al revés. Ahí tenemos dos buenas pistas: cuando dedicamos tanta energía al culto corporal, estamos fuera de medida, caemos en la desproporción, porque abandonamos otras partes de nosotros mismos. Y sólo va a ser ese conjunto, el todo que somos, el que mostrará belleza o no.
La segunda pista nos indica que de nada va a servir obsesionarnos en transformar esa parte que supuestamente nos afea para podernos ver y considerar como personas con su propia belleza. Bienvenida una mejora si respeta la proporción, a sabiendas de que no va a mejorar ni más ni menos lo que interiormente hemos desarrollado. Y en el caso que así fuera, debemos preguntarnos: ¿estoy preparado para los cambios que pueden suceder en mi vida?
La virtud como belleza
“Toda virtud del alma es belleza, y una belleza más verdadera que
ninguna otra” (Plotino)
La belleza es otra cosa al margen de la proporción. La belleza adquiere dimensión cuando es contemplada desde el alma, en una percepción que trasciende la vista y la forma. Ante lo que realmente es bello, invisiblemente bello, nos sentimos arrebatados, dulcemente sacudidos en nuestro interior, despertándose un acto contemplativo que nos deja sin palabras. Es lo que sienten los enamorados, lo que acontece ante una maravillosa puesta de sol, ante un gesto amoroso, escuchando una melodía que nos envuelve. Es una evidencia. Es indudablemente lo que es. Es bello.
La factoría Disney convirtió en un espectáculo musical la popular historia de La bella y la bestia, donde se proclamaba que la auténtica belleza está en el interior. Aunque hay quien ha querido ver en esta expresión la única alternativa para los perdedores en el juego amoroso, lo cierto es que apunta a una gran verdad de nuestra existencia. Lo que ocurre es que esa belleza interior está sólo a disposición de los que saben ver sin ver. La contemplación de lo bello puede ser una experiencia estática, dar sentido a la vida, acercarnos a lo trascendente.
Por eso hay que acostumbrar al alma a mirar por ella misma, primero las cosas bellas, después las obras bellas, hechas por personas bellas. Y al igual que el artista lima, pule y limpia hasta lograr la belleza que busca, así podemos arrancar lo que nos sobra, limpiar lo oscuro hasta hacerlo brillar, hasta iluminar la virtud embellecedora. Puede que por ahí vengan auténticos cambios y transformaciones personales. Las rehabilitaciones estéticas, si echan un cable, mejor. Nos sentiremos bien una temporada. Pero no son lo esencial.

El país semanal, XAVIER GUIX 31/01/2010

1 comentario:

Itzi Bitzi dijo...

Yo estoy convencida de que la belleza puede cambiar el mundo, igual o más que la inteligencia o la solidaridad. Es mucho menos superficial de lo que parece. Un besote muy grande