15 enero 2010

El otro día Aurelio me dijo que debería escribir más en el blog, y pensé ¡vaya reto! Así que allá voy…

Mi tarde ha empezado en el taller de restauración del que os había hablado, ha sido increíble!!!! Me gustaría poder pasar la barrera cuando visito una exposición, poder tocar el cuadro, olerlo, sentirlo, escucharlo, es maravilloso! Creo que ser restaurador, y más en el Reina Sofía es uno de los trabajos más bonitos que existen. La segunda clase del día era con la “ilustrada” que en plan colegui nos ha preguntado
Ilustrada: ¿qué tal el taller?
Yo: Fantástico!
Ilustrada: “hum, para lo que hay que ver”
Patético, pero las cosa han vuelto a su cauce gracias, como siempre, a una deliciosa clase de didáctica!

Desde hace dos días mi vuelta a casa en el tren voy leyendo “Mi historia de amor con el arte moderno” de Katharine Kuh, ¡Me encanta! Os lo recomiendo a todos, leerlo, es genial!!! Voy a copiar uno de los párrafos que he leído hoy que no tiene desperdicio!

“Una de las increíbles oportunidades que se presentaban de vez en cuando fue la subasta –en enero de 1936- de varios cuadros del legado del pionero coleccionista Arthur Jerome Hedí, quien había comprado un buen número de obras de arte con motivo de la Armony Show, la famosa exposición de arte moderno celebrada en Nueva Cork en 1913. Por alguna razón inexplicable, la subasta tuvo lugar en un establecimientote tercea categoría sitio en la avenida Wabash, sin ninguna alharaca. Afortunadamente para mí, fue una auténtica escabechina: muchas obras valiosas se vendieron por casi nada, sin duda porque el subastado no tenía la menos idea de lo que tenía entre manos. Recuerdo que empezó diciendo: “¿Qué puedo pedir por este Tinpansky?”. Se trataba de un hermoso cuadro expresionista de Kandinsky, un paisaje de Murnau con iglesia pintado en 1909. El subastador sugirió veinte dólares. Yo asentí, y él sentenció: “vendido”. Me preguntó cómo me llamaba, y como yo no quería que me reconociera como marchante de arte profesional, contesté: “K. K.”. Al subastarse después un cuadro fauve de Murnau pintado también por Kandinsky en 1909 el subastador dijo: “¿Alguien quiere dar cinco dólares por esto?”. Yo levanté la mano, y él exclamó: “Adjudicado a K. K.”. A partir de entonces, cada vez que una obra se quedaba sin postor, él preguntaba burlonamente: ¿Y qué dice K.K.?, y yo asentía con la cabeza. Debía de creer que estaba chiflada. Gracias a su bendita ignorancia, salí de allí con diez cuadros en el saco: los dos Kandinskys, cuatro Jawlenskys, dos de Man Ray (un rayograma y un cuadro, por diez dólares cada uno), una obra de Gabriela Münter y una litografía en color del primer Bonard, todo ello por la suma de 110 dólares. Aquella lotería inesperada permitió que la Galería de Katharine Kuh se mantuviera a flote el resto del año. Yo pedí 350 dólares por el Kandinsky expresionista, y lo compró un arquitecto, que se quedó tan prendado de él que decidió guardárselo en vez de pasárselo a uno de sus clientes.”


2 comentarios:

Tapies dijo...

lo mismo me pasó a mi con un picasso!

Patusibu dijo...

Jajajaja, si claro en 1913, jajaja!